viernes, marzo 07, 2008

"LAS CABAÑITAS": MIS RECUERDOS DE AQUELLA INFAMIA.

"LAS CABAÑITAS": MIS RECUERDOS DE AQUELLA INFAMIA.
Por Roberto Jiménez

Escribir un testimonio historico desde una experiencia tan personal e intensamente vivida es como tratar de salirse de uno mismo. Y desde la memoria posible, que se esconde, se resiste y nos traiciona, intentar exponer "periodisticamente" una realidad que pueda ser entendida por quienes no han vivido lo que contamos. Para mi ha sido como un parto necesario, un mandato ineludible para dejar constancia de algo que aunque he debido vivir no me pertenece. Esto pude hacer, apenas...
Roberto Jiménez
Me detuvieron la noche del 31 de octubre de 1961, en la ciudad de La Habana. Fui conducido a la sede de la Seguridad del Estado, que entonces estaba situada en la Quinta Avenida y la calle 14, en el reparto Miramar. Allí me mantuvieron dos días, totalmente incomunicado del exterior. Durante esa corta estancia fui sometido a interrogatorios ligeros sobre generalidades y datos burocráticos, fotos, etc. Estos interrogatorios fueron realizados en locales donde la temperatura se mantenía extremadamente baja, contrastando con el intenso calor reinante en la galerita donde me mantenían junto a otros prisioneros que no conocía. Ya ellos me habían advertido sobre "el cuarto frio" en que habitualmente interrogaban, sólo que a mí me tenían reservado otro método de "procesamiento"…

Dos noches después, ya de madrugada, fui despertado y conducido a un pequeño patio interior del edificio, iluminado con luces amarillas. Este patiecito daba a un pasillo para carros, cerrado por una alta reja. Se encontraba en él un grupo de militares con metralletas y un auto de los usados por el G-2, Seguridad del Estado, sin identificación, simplemente un carro civil como otro cualquiera…. Se me despojó del cinturón y los cordones de los zapatos, se me vendaron los ojos y se me introdujo en el suelo del auto, que por mi estatura de seis pies debió ser el que está delante del asiento posterior. Con tres o cuatro pares de botas sobre mi cuerpo y el cañón de un arma apretado en mi cabeza, con fuertes advertencias de no hablar, el vehículo estuvo desplazándose durante un largo tiempo, haciendo numerosos y rápidos giros a izquierda y derecha, frenando y acelerando aparatosamente, como para hacerme imposible cualquier orientación sobre la ruta seguida.

Llegamos a un sitio que, por el silencio reinante, asumí que estaba alejado de la ciudad. Me gritaban amenazadoras "advertencias" sobre que había llegado al lugar donde se hablaba todo lo que se sabía, empujándome con las armas mientras sentía que andaba sobre un sendero de lajas y, después de subir algunos escalones, sentí que abrían una puerta y que entrábamos. Acto seguido me condujeron-empujaron por un recorrido en el cual debía unas veces bajar la cabeza, otras doblar a la izquierda, a la derecha, subir o bajar escalones. No faltaban las amenazas y las burlas. Este recorrido se repetiría durante mi estancia en aquel lugar cada vez que me sacaran del cuarto en que me encontrara, por cualquier razón, siempre con una capucha que me impedía totalmente la visión.

Fui introducido a un cuarto, que , al quitarme la venda, pude verlo vacío, sin ventanas e iluminado con luz amarilla, que tenía las paredes llenas de manchas rojas, como de sangre, y una bandera del "26 de Julio" pintada rústicamente en el rincón que quedaba al otro extremo de la habitación, frente a la puerta. Se me dejó totalmente desnudo y se me aclaró que estaba en un lugar desconocido para todos afuera y que me podrían ejecutar allí si era necesario sin que nadie lo supiera nunca. Se me obligó a permanecer de pie frente al rincón de la bandera, a lo cual no obedecí de primer momento, lo que me trajo problemas con el posta que me obsevaba desde la puerta.. La puerta -como todas las de los otros cuartos en que estuve confinado durante las semanas que permanecí en aquel lugar- tenía una combinación de doble cerrojo que permitía accionarla desde afuera como si se abriera y cerrara, ruidosamente, lo cual repetían con frecuencia, a la vez que gritaban a través de una ventanilla en la propia puerta, que abrían y cerraban desde afuera, también haciendo un gran ruido. No tardé en saber que todo eso tenía como objetivo mantener al prisionero en constante tensión y sin dormir. Porque estaba prohibido dormir.
En aquel primer cuarto habrían de comenzar mis interrogatorios momentos después. Después fui conducido a otra habitación.

Dentro de cada habitación en que estuve siempre había encendida una bombilla de intensa luz amarillenta, nunca había ventanas (o estaban totalmente tapiadas ) ni se escuchaban sonidos del exterior de la edificación en que me encontraba prisionero, sólo los gritos de los carceleros y el abre y cierra de las puertas y sus escotillas, así como los sonidos del pasillo en que se podía escuchar, por ejemplo, como algún otro prisionero era obligado a correr o saltar como castigo. Nunca olvidaré cuando escuché el recibimiento de alguien que, por las ofensas que le gritaban, pertenecía a la Seguridad del Estado,y quien devolvía los insultos repitiendo que ellos, los carceleros, eran quienes habían traicionado los principios de la revolución.
Con el paso de los días fui identificando en mi mente aquel lugar como una residencia de alguien adinerado a la que se le habían hecho modificaciones y que tal vez habían conectado con otras viviendas vecinas. Los que allí estuvimos después nos referíamos al sitio como "Las cabañitas", o "Las casitas".

Siempre se me ordenó, en todas las habitaciones, que debía permanecer todo el tiempo de pie frente a la pared que estaba frente a la puerta.

A pesar de permanecer desnudos , el calor y el sudor eran una constante. Ni pensar en poder bañarnos. El mal olor en todo mi cuerpo llegó a hacérseme sumamente molesto y se hicieron escamas en mi cuero cabelludo. El dolor y/o el entumecimiento en mis piernas y pies, que llegaron a inflamarse enormemente agrietándoseme la piel, se hicieron insoportables. En algunas ocasiones me senté en el suelo, por no poder más o por necesaria rebeldía, lo que provocó la entrada del centinela del pasillo --a veces con "refuerzos", que incluían a perros pastores alemanes gruñendo y ladrando fieramente bien cerca de mi piel, sujetos por cortas correas--, luego de reiteradas órdenes gritadas desde la ventanilla de la puerta, para cargarme y ponerme de pie a la fuerza. Alguna de estas veces llegaba uno de los interrogadores para asumir el papel de "bueno" y permitirme un pequeño descanso, rápidamente interrumpido para reiniciar los interrogatorios…

En cuanto a las comidas, no tan malas generalmente, a veces me parecía que una me la traían a muy poco tiempo de la anterior y en otras ocasiones la espera se hacía larguísima. Me convencí de que era otra forma, bien calculada, de contribuir aún más a que perdiera por completo la noción del tiempo.

Recuerdo que, también varias veces, sin indicio previo, se apagaba la luz y la oscuridad era absoluta y desconcertante, mateniéndose por lapsos indefinidos. Tanto la súbita llegada del "apagón" como el suspenso del período de oscuridad y el regreso brusco y abrumador de la luz, causaban un efecto de desorientación inevitable. También contribuían a ello los constantes interrogatorios, la falta de sueño, las interminables horas de pie, la lucha por no perder la lucidez mental --que por momentos era abrumada por el pesado embotamiento-- y hasta por las discusiones eventuales con los interrogadores y centinelas, que terminaban por agotar aún más mis reservas físicas y mentales, por lo que al cabo de un tiempo hacía lo posible por no dejarme arrastrar a ellas.

El agua para tomar había que pedirla siempre varias veces al carcelero de la puerta, que invariablemente respondía que debía consultar primero con los interrogadores. Eso para relacionarlo con el curso de los interrogatorios en cada momento. Para usar el pequeño servicio sanitario, sin puerta, que estaba dentro del cuarto, la misma cosa. Nada estaba fuera del plan general. Llegué a pensar que, además, esas respuestas eran otros tantos intentos de provocar reacciones movidas por la desesperación que aceleraran el desgaste general de la personalidad y precipitaran la personal desmoralización. La misma intención debían tener los frecuentes insultos y las burlas relacionadas con mi desnudez que distintas voces emitían a través de la escotilla de la puerta, siempre acompañados por el ruido de los portazos.

Podría añadir también que cuando, largo tiempo después del comienzo de aquella pesadilla, se me empezaron a permitir momentos de descanso, sentía que unas veces era despertado casi de inmediato, mientras otras me dejaban dormir -la "cama", una tabla sobre cortas patas--por un mayor período. Siempre tenía la duda de si sólo se trataba de una falsa impresión, debido a mi deplorable estado físico de cansancio extremo, o se trataba de otra forma de hacerme perder la noción del tiempo y desestabilizarme.

Los interrogatorios no tenían una lógica predecible y su duración e intensidad cambiaban constantemente. Con frecuencia a un interrogador, ya evidentemente cansado, lo sustituía otro que llegaba fresco, perfumado y con el uniforme recién planchado. Lo de nunca acabar…

Cuando no me interrogaban en mi cuarto-celda me llevaban, por ejemplo, a una especie de terraza cerrada que tenía un mostrador como de bar casero. Después del consiguiente recorrido encapuchado, bajando la cabeza, doblando a la izquierda, a la derecha, subiendo y bajando escalones entre gritos y empujones, me quitaban la capucha. En ese lugar se podía apreciar un desorden total con objetos amontonados por todas partes, como de una casa abandonada precipitadamente, o un lugar que apenas se estaba acondicionando para tales menesteres. En aquel "bar" me sentaban a una mesa de cristal, desnudo como estaba, con mal olor y agotado, frente a un oficial pulcramente vestido y perfumado.

Recuerdo entre los interrogadores que me "procesaron" sólo algunos nombres: Capitán Alfonso, Carlos Mauris (quien se había infiltrado en nuestra organización), Teniente Brugueras.

Según supimos, quien estuvo a cargo, allí presente, del procesamiento de nuestro movimiento ( MRP ) en aquellos momentos fue Isidoro Malmierca, por entonces uno de los principales al mando de la Seguridad del Estado y después por años Ministro de Relaciones Exteriores del régimen, ya fallecido.

Cuando me sacaron a "fusilar", siempre desnudo y encapuchado, sí tuve la certeza de que era de noche por el silencio característico, el olor, la humedad de la hierba y la sensación en la piel. Sólo faltaron los disparos.

En los últimos días de mi estancia en Las Cabañitas me reunieron con algunos compañeros del Movimiento Revolucionario del Pueblo ( MRP ), que también formaron parte de las dos causas que la Seguridad formó con los integrantes de la redada en que me detuvieron (causas 27 y 31 de 1962, en el Tribunal Revolucionario #1 de La Habana). Ellos eran Reynol González, Fernando de Rojas y Raúl Fernández. Otros que recuerdo estuvieron en Las Cabañitas por aquella redada son Héctor René López, Francisco Hasegawa, Juan Manuel Izquierdo, Ruperto González, José Antonio Martínez, Bernardo Iglesias…

Fueron muchos más los que pasaron por aquella pesadilla durante años, cientos o miles. Tal vez nunca se sepa con exactitud.

Al ser conducido de regreso a "Quinta y Catorce", sede oficial de la Seguridad del Estado, pude saber la fecha. Había estado 17 días
"desaparecido" en "Las cabañitas". Todavía pasarían más días antes de que mi familia y compañeros supieran de mí.

Debo aclarar que fui de los que menos tiempo tuvo que sufrir la incalificable experiencia de ese lugar. En mi caso, por haber sido detenido casi al final de una redada cuyos objetivos políticos estaban a punto de consumarse, según la dirección de la Seguridad.

Son innumerables las mujeres y los hombres que debieron padecerlo por larguísimos lapsos.

Roberto Jiménez ( Causa 31 de 1962, Tribunal # 1, La Cabaña )

2 comentarios:

jaad dijo...

Un saludo. Te puse un enlace en mi blog. Seguiré pasando por aquí.

Cubalibre dijo...

Gracias ya esta puesto el tuyo. Perdona la demora.